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jueves, 25 de septiembre de 2014

87- Sobre la hipocresía de los resentidos sociales, los comunistas trasnochados, los conspiranoicos y los terroristas.

Ver tambien:
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http://humbertomondejargonzalez.blogspot.com/2014/10/96-rtcom.html
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http://www.infobae.com/2014/09/25/1597320-el-desafio-choudary-twitter-habra-una-guerra-cristianos-y-musulmanes
El mejor regalo que se le puede dar a estas personas que quieren disfrutar las libertades y beneficios de la economía occidental; es montarlos en un avión y ponerlo en esos sitios que ellos tantos anhelan, en esos paraísos, pero en los que no quieren vivir. No se que les impide coger un avión y largarse.
1-Los que adoran el Estado Islámico; pues para su estado islámico. A ver si allí van a poder decir y hacer lo que quieran o van a hacer y decir lo que les imponen.
2-Los que aman a China; pues para China y traemos a uno por el, que si le guste occidente.
3-Los que aman a Putin; pues para Rusia y traemos uno por el, que si le guste la sociedad occidental.
4-Los de Miami que aman el castrocomunismo; pues para Cuba y que por ellos venga alguien que si le guste EE.UU.

http://www.cookingideas.es/el-cerebro-puede-“vivir”-cerca-de-un-minuto-despues-de-una-decapitacion-20110729.html
Pero no debemos seguir con estos hipócritas aquí, que alaban las camarillas dictatoriales y disfrutan de la democracia occidental a la vez.
O una u otra; pero no las dos cosas al mismo tiempo, please.
Verán como después de intercambiar los 20 primeros (digo intercambiar, para que ninguno de esos países, diga que le estamos poniendo una carga de delincuentes, digo emigrantes más); ellos mismos llaman a los de aca y les dicen, estese tranquilo ahí, que lo que estoy pasando no se lo deseo a nadie. Ah, y manda de vez en cuando una remesa occidental, please.

Una de las grandes leyendas sobre las cabezas cortadas es la que pesa sobre la del científico francés Antoine Laurent Lavoisier, uno de los fundadores de la química moderna. Cuando al grito de “la república no necesita científicos” iba camino del cadalso para ser guillotinado en 1794, pidió que le dejaran hacer su último experimento. Para que pudiera responderse la pregunta de si una cabeza recién cercenada seguía poseyendo conciencia, él intentaría pestañear todo el tiempo que pudiera tras caer la hoja.

Los cronometradores de la época dicen que fueron 15 segundos de incrédulo pestañeo mientras la cabeza yacía separada del torso.

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