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miércoles, 16 de enero de 2019

537-El Escambray, la segunda Guerra Civil Cubana que ocultó la Familia Castro. Hagamos que todo los cubanos adoren la C-40 y eviten la tercera.

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Escambray: La Guerra Olvidada.

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Al morir Plinio Prieto, fue Evelio Duque Mijares el hombre designado por los americanos para unificar al Escambray. Su contacto con los Estados Unidos era Augusto, nombre de guerra que utilizaba Ramón Ruiz Sánchez, un dirigente de Rescate Revolucionario, el grupo dirigido por el Dr. Manuel Antonio de Varona. Augusto que era cuñado de Varona residía en el Reparto Siboney, en La Habana, donde tenía una planta de radio transmisora para comunicarse directamente con la CIA en los Estados Unidos. Rescate Revolucionario, el MRR y el DRE eran parte del Frente Revolucionario Democrático, el grupo sombrilla bajo el que se aglutinaban una docena de movimientos amparados por la CIA.
El trabajo organizativo de Duque logró vertebrar a 7 columnas guerrilleras, contando de treinta a sesenta hombres cada una. La primera columna era la Comandancia y el Estado Mayor del frente guerrillero, dirigidos por Evelio Duque y Edel Montiel, con Joaquín Membibre en el cargo de Inspector General. El jefe de la Columna Dos, era Diosdado Mesa, con Vicente Méndez de lugarteniente. La tercera unidad estaba a cargo de Zacarías López, con Juan Felipe Castro de segundo jefe. La Columna Cuatro estaba bajo el mando de Ismael Látigo Negro Heredia, con Víctor Chiche Gámez de lugarteniente. La quinta, era dirigida por Ismael Rojas y su asistente, el teniente Nazco. La sexta unidad estaba capitaneada por Edgar Cajigas y Emiliano Cárdenas, y la séptima por Carlos Duque y el Teniente Yeras. Además de estas siete columnas habían varias guerrillas individuales, como la de Nando Lima, que funcionaban bajo órdenes del Estado Mayor, pero con cierta autonomía.
En una reunión en el Manacal, entre Evelio Duque y Osvaldo Ramírez, se creó la Columna Ocho, la que sería dirigida por Osvaldo Ramírez. Esta columna tenía una autonomía considerable, ya que controlaba a varias unidades de combate con más de un centenar de operativos en total. A Osvaldo Ramírez se le otorgó más libertad estratégica, que a los jefes de las otras siete columnas. Aunque existía fricción entre Duque y Osvaldo Ramírez, la única manera de lograr unidad era permitiéndole a Ramírez operar militarmente, con la mayor independencia posible. Aunque la guerra apenas comenzaba a despuntar, ya Osvaldo Ramírez era considerado el guerrillero más audaz del Escambray.
Mientras otros jefes guerrilleros habían estado a la expectativa bajo órdenes de no presentar combate, Osvaldo Ramírez había organizado a sus escuadras guerrilleras en unidades de combate, atacando y hostigando al enemigo en toda oportunidad. Sin esperar armamentos, con recursos inexistentes, en breves semanas Ramírez se convirtió en el guerrillero más conocido de los montes de Las Villas. Duque no tenía grandes simpatías por Osvaldo Ramírez, pero ambos hicieron la paz en nombre de la unidad.
Osvaldo Ramírez era un guajiro fibroso, tostado por el sol de la Sierra. Nació el día 6 de julio de 1921 en Guayos, cerca de Sancti Spíritus, provincia de Las Villas. Trabajó como chofer de camiones para los centrales azucareros y más tarde fue chofer de alquiler. En 1958 se alzó en el Escambray contra Batista.
Después del triunfo de la Revolución, Ramírez fue ascendido a capitán de la Policía Nacional Revolucionaria, asignado a un cargo de supervisión, en la provincia de Matanzas. En el verano de 1960, se alzó nuevamente en el Escambray después del combate en el Sitio de Juana.
Al poco tiempo de alzarse, Ramírez fue capturado por una unidad militar. Cuando era trasladado para someterlo a un interrogatorio, este arriesgado jefe guerrillero se lanzó por un barranco, ante los sorprendidos ojos de sus captores. El salto al vacío hacia un precipicio alto, era una acción suicida, una búsqueda a una muerte certera. Pero el guerrillero de Guayos tuvo suerte. La tupida maleza y las ramas de los árboles frenaron su caída vertiginosa. Magullado, con el cuerpo cubierto de heridas, Osvaldo Ramírez huyó por la maleza, mientras una escuadra de soldados, atónitos ante su valor suicida, lo contemplaban huir desde lo alto del barranco. Esa audacia era el sello de Osvaldo Ramírez. Desde el principio de la lucha guerrillera. Evelio Duque era el dirigente organizador, pero Ramírez fue siempre el guerrero del monte, nacido para el combate.
El primero de enero de 1961, comenzaron las operaciones de la limpia. Hubo combates en Arroyo Malo, Jorobada, Cuatro ametrallado en la carretera de Manicaragua y el día 12 hubo en San Ambrosio, uno de los grupos guerrilleros bajo el mando de Osvaldo Ramírez tendió una emboscada. Una patrulla de dieciocho milicianos, sedientos tras una larga marcha, cayeron en la trampa Atrapados en un cruce de fuego, diecisiete milicianos murieron en unos segundos. Sólo un rezagado logró salvar la vida, huyendo antes de ser ametrallado. Los hombres de Ramírez recogieron diecisiete rifles checos M52 y se perdieron en la maleza, huyendo del cerco inevitable que vendría. Al día siguiente, otro grupo guerrillero atacó una cooperativa, matando a dos milicianos y capturando media docena de armas. El día 11 de enero, un camión del ejército, fue ametrallado en la carretera de Manicaragua y el día 12 hubieron combates en Guaracabuya y el Central Santa Isabel.
En ese mismo mes de enero, una de las unidades de combate de Osvaldo Ramírez le dio muerte a Conrado Benítez, un maestro rural que había servido de práctico y de informante de las milicias. Benítez, un convencido comunista, fue convertido por la propaganda del régimen, en el mártir más popular de las filas castristas. El régimen intentó hacer parecer a Benítez como una víctima inocente de las bandas guerrilleras. Las brigadas de adoctrinamiento marxista de alfabetización recibieron en nombre de Brigadas Conrado Benítez, y el maestro delator, fue alabado como un santo mártir de la revolución castrista.
En una comparecencia pública, Fidel Castro ofreció amnistía a Osvaldo Ramírez, diciendo demagógicamente: «Queremos convencerlos de que están equivocados, Y si Osvaldo Ramírez depone las armas, le garantizaremos su vida.» Desde la Sierra den Escambray, la respuesta fue típica del héroe guerrillero: «Si Castro desea hablar, que deponga las armas y suba al Escambray. Nosotros le garantizaremos su vida.» Respondió Osvaldo Ramírez, en una entrevista clandestina.
Mientras nos alzados peleaban desesperadamente, entre la dirigencia existía fricción. Evelio Duque había tenido problemas con Augusto, su contacto en La Habana. Augusto, dándose cuenta de que Osvaldo Ramírez era el líder guerrillero más dinámico de los alzados, le quitó el mando a Duque y envió un mensaje clandestino a Ramírez, ofreciéndole la jefatura total del Escambray. Augusto también envió cartas a los 7 jefes de columnas, pidiéndoles que se integraran bajo el mando único de Osvaldo. Por el momento, sin embargo, nos jefes guerrilleros estaban más preocupados por romper cercos y sobrevivir a las lluvias de metralla, que estructurarse bajo una nueva jefatura.
El día 28 de enero, aniversario den natalicio de nuestro Apóstol, José Martí, tres columnas guerrilleras se unieron para atacar en campamento de milicias de El Joyero. Después de un mes de intensos combates, las tres columnas juntas, apenas contaban con un centenar de hombres. En acción ofensiva, las guerrillas atacaron la Comandancia de las milicias. Sorprendidos por un intenso volumen de fuego, los milicianos se retiraron con treinta y dos bajas. Los alzados tomaron el cuartel y lo incendiaron, capturando en la acción, una docena de armas largas, cinco milicianos y provisiones.
»Aquellos hermanos Tardío eran hombres durísimos. Eran seis, y cinco murieron en la lucha contra Fidel. El sexto, Genaro, cumplió presidio político. Aquella bala que le entró a Lupe en el cerco de San Blas hubiera matado a cualquiera, pero Lupe siguió peleando. - Chiche,- me dijo -sácame la bala con el cuchillo.- Pero yo no me atreví. Pensé que Lupe iba a morir pronto, pero no, a él no lo mataron hasta varios meses después, en un combate en El Dátil.
Para mediados de marzo, el ejército castrista comenzó a retirar a los miles de milicianos destacados en el Escambray. La Primera Limpia había terminado. Las unidades guerrilleras habían sido aparentemente destrozadas. Ismael Heredia había muerto en combate. Duque, Membibre, Méndez, Mesa y Montiel, habían logrado escapar al exilio. Carlos Duque, Zacarías López, Guillermo Pérez Calzada, Nando Lima, Ismael Rojas y Chiche Gámez, habían sido apresados. En las montañas de Las Villas, sólo quedaban algunos grupos dispersos.
Después de la Primera Limpia, los grupos aislados que quedaban, apenas ascendían a unos doscientos hombres en su totalidad. Pero esos grupitos aislados tenían dos factores a su favor.
El primer factor, era la experiencia. Los que habían sobrevivido a la limpia, eran ahora veteranos muy duros, guerrilleros muy jíbaros, curtidos en el combate y dispuestos a la guerra.
El segundo factor era un líder guerrillero que había sobrevivido milagrosamente a once cercos de la limpia: el legendario Osvaldo Ramírez.
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EL SOLDADO QUE MATÓ A RAMIRE NUNCA LO SUPERÓ.
Era un cabo de milicias en su pueblo de Topes de Collantes. Desde muchacho había recibido el apodo de El Yanki, por su pelo rubio y cara pecosa. Fue movilizado para la lucha contra los guerrilleros, y como todo buen soldado, su preocupación era el sobrevivir las balas enemigas.
El 16 de abril de 1962, El Yanki fue a visitar a un pariente que vivía en un bohío cercano a las Aromas de Velázquez. Cuando El Yanki se acercaba a la vivienda, vió a una figura que se movía en la distancia, hacia una cañada. La figura llevaba un arma norteamericana, una carabina M1, y usaba un sombrero Stetson.
Guerrillero.
El Yanki rastrilló el rifle checo M52. La figura ya había desaparecido. Había movimientos de arbustos en la maleza, hacia el fondo de la cañada. El Yanki disparó a ciegas, el rifle checo culateando contra su hombro. Después del eco del disparo sólo hubo silencio.
Cuando la patrulla de milicianos llegó, atraída por el solitario disparo, peinaron la cañada. Encontraron un cadáver y quedaron sorprendidos. Al guerrillero muerto le faltaba la punta de un dedo en la mano izquierda.
-Felicidades, Yanki - dijo el jefe de la patrulla, -has matado a Osvaldo Ramirez.
El Yanki abrió los ojos sorprendido. Osvaldo Ramírez, el comandante en jefe de todos los alzados, el guerrillero más temido de todo el Escambray. El hombre que había escapado un centenar de cercos, que había eludido dos grandes limpias, se había lanzado por barrancos en saltos suicidas para evitar captura. Ramírez y sus hombres eran responsables de docenas de emboscadas y ataques a tropas de milicia.
El Yanki comenzó a sudar. «Ahora van a venir a buscarme,» pensó, «todos los alzados de Las Villas van a venir a vengarse. Me van a colgar de una guásirna. Me van a abrir el vientre a machetazos. Me van a meter un tiro en la nuca mientras yo esté durmiendo en mi cama.»
El Yanki comenzó a enloquecer. Cada guajiro que veía era un posible enemigo al acecho. Cada sonido en la noche era un alzado que se acercaba, arrastrándose de barriga, con un cuchillo en la mano. El Yanki no dormía bien. Se despertaba gritando, llorando, pidiendo clemencia. Cuando oía disparos en la distancia, comenzaba a sudar frío. Cuando se mencionaba a Osvaldo Ramírez, El Yanki comenzaba a sollozar.
A El Yanki lo enviaron a Europa. Dicen que recibió tratamiento médico en Alemania. Pero aún así, regresó a Topes de Collantes totalmente demente. Ya entonces no habían alzados en el Escambray, pero muchos aún merodeaban en la mente de El Yanki.
El tiempo pasó. Ningún guerrillero se apareció en su casa para degollarlo. Pero El Yanki se cuidaba. No salía de noche. Pasaba horas encerrado en su casa, mirando hacia el mundo por una rendija. Se sentaba algunas veces en el portal, pero siempre entraba en la casa antes de oscurecer.
Aún hoy, veinte y seis años después del disparo solitario en Las Aromas de Velázquez, El Yanki continúa acuartelado, viviendo en su infierno solitario, perseguido por el fantasma del legendario guerrillero. Hay días, en que sentado en el portal de su casa, aún escucha voces al anochecer. Son los muchachos del pueblo, que escondidos en los arbustos, asustan al demente.
-¡Escóndete, Yanki!- gritan las voces, --que Osvaldo viene a buscarte. Ya está aquí.
Y El Yanki, aullando y sollozando, brinca de su sillón, se esconde en la casa, y continúa mirando al mundo por una rendija.

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TAGUARI:
El Serrucho estaba localizado cerca de Tamarindo, en la provincia de Camagüey. Era un lugar difícil de encontrar, lejos de las carreteras bien transitadas. En los tiempos de Batista había sido una casa de curar tabaco. Después vino la Revolución, y la finca fue intervenida. 
Camiones y jeeps cargados de tropas vestidas de verde olivo llegaron al Serrucho. Las edificaciones comenzaron. Se fabricaron oficinas, se pintaron las paredes de verde claro. Frente al patio de cemento, donde habían varios lavaderos, se construyeron una docena de celdas. 
El Serrucho no era imponente pero tenia mayimbes importantes. En el cuartel estaban las oficinas del Comandante Víctor Drake, uno de los oficiales principales involucrados en la cacería de alzados. En el mismo edificio estaban las oficinas de Seguridad del Estado, Sección Bandas, del Ministerio del Interior, dirigidas por el primer teniente Rubén Montero y el teniente Arturo Hernández. 
Montero y Hernández eran una pareja inseparable. Montero era delgado, de pelo oscuro y nariz afilada. Hernández era corpulento, más de seis pies de estatura, y doscientas libras en un cuerpo adornado de ropa bien planchada y un inmenso sombrero. 
Ambos hombres trabajaban bien juntos. En los interrogatorios a los alzados, a los familiares, o a los colaboradores, ambos sabían calibrar bien las debilidades humanas. Sabían cuando amenazar y cuando ser amistosos. Montero se jactaba de sus habilidades persuasivas y Hernández juraba que no había preso que él no pudiera intimidar 
El 22 de julio de 1963, en la Sabana de Imías, Sierra de Cubitas, doscientos cazadores del LCB, dirigidos por el teniente Pedro Nodal Loyola, se unieron a un pelotón de policías para atacar a un grupo de alzados acampados en un molino abandonado. El combate fue corto y violento. Seis guerrilleros se batieron contra huestes cuarenta veces superiores. Roberto Rodríguez, el jefe de la guerrilla, fue derribado por el plomo del FAL belga de Nodal Loyola. El guerrillero muerto era una figura grotesca. Tenía puesto su sombrero tejano, pero su mandíbula había desaparecido, arrancada de cuajo por un proyectil. 
El cerco se cerró sobre el molino. Un policía fue herido de un balazo en la cabeza. Tres soldados del LCB fueron cortados por la metralla de las armas guerrilleras. Tres guerrilleros rompieron el nudo. Otro alzado fue muerto y uno capturado. 
Lo llevaron al Serrucho para ser interrogado. Lo encerraron en una celda que miraba hacia el patio de cemento. Montero y Hernández se prepararon para el interrogatorio. En la oficina verde clara, donde hacía calor de día y frío de noche, ambos hombres ojearon el archivo del reo recién capturado. 
Jorge Labrada Martínez. Veinte y dos años de edad. Conocido por Taguari. Sus dos hermanos, Humberto y Rafael, también son alzados. Los tres han estado activos en la región norte de Las Villas y Camagüey por muchos meses. 
Montero fue a visitar a Taguari en su celda. El preso estaba vestido sólo con calzoncillos mugrientos. En la mano izquierda tenía una cicatriz larga, herida vieja de cuchillo o navaja. El pelo oscuro del pecho estaba mojado por el sudor, pegado al cuerpo. Sus cabellos estaban sucios y despeinados. Sus ojos eran oscuros, de mirada intensa, ojos más viejos que el resto del cuerpo. Tenía un olor agrio, a yerba y sudor rancio. 
Montero empezó suave. Le ofreció comida, refrescos y cigarrillos a Taguari. Después vino el monólogo. Ya Montero se lo sabía de memoria, repitiendo las frases con las inflexiones bien practicadas de un actor. 
--Tú eres joven.- decía Montero, -Ya la guerra se te acabó. Te apresamos. Pero puedes rehacer tu vida. Nos puedes ayudar. La Revolución es benévola. Si nos ayudas, en vez de fusilarte, irás a la cárcel. Con buen comportamiento estarás en la calle en cinco o seis años, antes de cumplir los treinta... 
Montero continuó hablando, vendiendo la idea. Los ojos oscuros del alzado estaban clavados sobre el teniente. Montero se calló de súbito, esperando una reacción. 
-Mire, teniente,- dijo Taguari, -a mí me puede fusilar cuando le de la gana. Yo no ayudo a comunistas. 
Montero se encogió de hombros y salió de la celda. La reacción era de esperar. Todos empezaban así, pero en unos días cambiaban de opinión. 
El segundo y tercer día se repitió el monólogo. Ambas veces el preso repitió la misma negativa. Montero trajo a una mujer y a un niño al Serrucho. Los paró frente al preso. 
-Ella es viuda, y él es huerfano,- dijo el teniente, -y por culpa de ustedes. Su marido era un miliciano que murió en un peine. A lo mejor fuiste tú mismo el que lo mató. 
Montero esperó una reacción. Había tenido éxito muchas veces antes. Alzados duros se habían ablandado al ver viudas de luto y muchachitos llorando. Taguari los miró serenamente. Detrás de los ojos oscuros, el alzado pensó en las viudas de los alzados muertos y fusilados. 
-Eso no funciona conmigo, Montero.- dijo Taguari, -Llévatela pal carajo. Si me escapo de aquí voy a seguir rompiendo milicianos y haciendo viudas y huérfanos. 
«Este es duro,» pensó Montero. «Ahora le toca a Arturo. Si por las buenas no funciona, pues entonces, por las malas.» 
Arturo Hernández visitó la celda. Trató de intimidar a Taguari, pero el muchacho no se dejó amenazar. La mano inmensa de Hernández cruzó el rostro del alzado, con una bofetada. Taguari recibió el golpe, y rebotando de la pared pateó al oficial, el pie descalzo clavándose en la barriga de Hernández. Aullando de dolor y rabia, Hernández llamó a los guardias. A Taguari lo golpearon y patearon, dejándolo tirado en el piso frío de la celda. 
Hernández se obsesionó con Taguari. Había que quebrar su espíritu, doblegarlo. Taguari era algo personal para Hernández, no un simple preso que debía ser interrogado. Las golpizas continuaron. Los labios amoratados del alzado sólo se abrían para escupir una maldición, para repetir que a él había que fusilarlo. 
Un día lo sacaron de la celda. Lo metieron dentro de uno de los lavaderos. Una tapa de metal cubrió la boca del lavadero. Una mano abrió la pila, y el agua comenzó a llenar la caja de concreto. El agua le cubrió las piernas, la barriga, el pecho. El agua continuó subiendo de nivel. Entró por la boca y los huecos de la nariz. Su cuerpo se convulsionó como una marioneta. Su cabeza golpeaba contra la tapa del lavadero. 
Lo sacaron inconsciente. Parecía muerto. Arturo Hernández ordenó que le bombearan el estómago. 
¡Que no se muera, coño!- decía Hernández, -A ése lo quiero vivo. Ese cabrón es asunto mío. 
Taguari vomitó agua. Los párpados se abrieron. Los ojos se abrieron, mirando hacia Hernández y sus hombres. 
-¡Mari-cones!- dijo Taguari vomitando buches de agua. 
-¡Comunistas de mie-rda!- Varias veces lo metieron en el lavadero. Y vomitando agua repetía sus maldiciones. 
Después de un par de semanas se lo llevaron del Serrucho para la Finca Casablanca, otro centro de detención, más grande y propicio para interrogatorios. Media docena de golpizas más le propinaron. Montero le hablaba suave, tratando de convencerlo de que ya era hora de rendirse, de evitar más torturas. Hernández lo apaleaba. Pero Taguari no se doblegaba. 
La situación se convirtió en una guerra de voluntades. Cada uno estaba obstinado en vencer. Hernández quería causar el dolor insoportable que doblegara físicamente al preso. Montero quería que el hombre se rindiera mentalmente ante una realidad inexorable. Taguari estaba obstinado en no ceder ante sus raptores, en ser destrozado pero no derrotado. 
Después de un mes se dieron cuenta que los esfuerzos eran inútiles. Montero visitó a Taguari para informarle que seria fusilado al día siguiente si no aceptaba la última oferta. 
-Mire, teniente,- dijo Taguari, -si ustedes son tan machos, vamos al patio. Deme una pistola y yo me bato a tiros con ustedes, uno por uno, hasta que alguien me mate. Lo único que yo quiero es llevarme unos cuantos hijos de putas comunistas más antes de que me llegue mi hora. 
Montero no respondió. Al otro día, al anochecer, Jorge Labrada Martínez se encaró a un pelotón de fusilamiento. Taguari se paró frente a los rifles serenamente, sus ojos intensos brillando, hasta que las lenguas de fuego los apagaron.
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Documental. 
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